Lecciones de clínica quirúrgica / por Pedro Chutro

Por: Tipo de material: TextoTextoDetalles de publicación: Buenos Aires : El Ateneo, 1938Descripción: 4 v. : il. (algunas col.) ; 25 cmTema(s): Revisión: Resulta reiterativo, o acaso una obviedad, hablar de la per-sonalidad y de la trayectoria científica del Dr. Pedro Chutro (1880-1937) después de los innumerables documentos (Agüero, Kohn Loncarica, Sánchez & Trujillo, 2007) y obras de referen-cia6 que resaltan su vida y sus aportes a la medicina argentina e internacional en el campo de la cirugía. No obstante, como licencia propedéutica, se caerá en algunas redundancias inevitables a los fines de la presentación de esta reseña. Nacido en las inmediaciones de la ciudad de Chascomús, luego de realizar sus estudios primarios y secundarios, se trasladó a Buenos Aires para estudiar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde se titula en 1904. En los años siguientes, realiza estudios de perfeccionamiento en el exterior. Al regresar a la Argentina se incorpora a la docencia universitaria y se desempeña en hospitales de la Capital Federal (San Roque, hoy Ramos Mejía; Teodoro Álvarez y Durand). Se enlista e ingresa como voluntario en los servicios médicos franceses durante la Primera Guerra Mundial. Terminada ésta y condecorado por el gobierno francés regresa al país, donde es nombrado, en 1919, profesor titular de la Cátedra Clínica Quirúrgica en la Facultad de Medicina de la UBA. Fallece en 1937. Recibió en vida numerosas distinciones, muchas de las cuales se enumeran en la portada de la obra que se presenta —“Lecciones de clínica quirúrgica”—: Profesor Honorario de la Facultad de Medicina de Madrid, Corresponsal extranjero de las academias de medicina de París, Madrid, México y La Habana, de la Asociación Francesa de Cirugía, de la Asociación Mi-litar de Cirugía de Estados Unidos y muchas otras prestigiosas instituciones internacionales, que sería muy extenso enumerar en este limitado espacio, reconocieron su mérito. Tal vez, el registro de estos galardones a continuación del nombre del autor en la portada, haya sido un homenaje del editor o una forma de perpetuar la memoria del Dr. Chutro quien había fallecido el año anterior a la aparición de su libro. El primer trabajo publicado que se le conoce es su tesis doctoral titulada “Fracturas de la extremidad inferior del húmero en los niños” aparecida en 1904. Además de estar registrada a nivel internacional por The Harvard Library Bibliographic Dataset, The OCLC Online Computer Library Center y The Library of Congress, el Archivo Histórico de la USAL cuenta con un pre-ciado ejemplar de la misma en su “Colección Finochietto” [Sig.: FINTTO 1580]. La tesis de 577 páginas con ilustraciones y láminas fue publicada por la prestigiosa Casa Peuser, fundada en 1867 por uno de los ilustres tipógrafos inmigrantes que recibió el país en la segunda mitad del siglo XIX y que fuera fundador de un emporio editorial: Jacobo Peuser7 (Cáceres Miranda, 2001).A propósito de lo antedicho, Buenos Aires experimenta en la primera mitad del siglo XX un florecimiento de la industria editorial y de las librerías que se fue forjando en las décadas postreras del siglo anterior y que, como en el caso mencionado de Peuser, recibieron el aporte invalorable de la inmigración, de hombres de diferentes regiones del mundo, en especial europeos, que marcaron con sus contribuciones la historia de las artes gráficas y el comercio del libro locales (Guillermo Kraft, Félix Lajouane, Ramón Espasa, los hermanos Palumbo y los García, entre muchos otros). En este período, no sólo se introdujeron adelantos tecnológicos como la linotipia y la fototipia, sino que proliferaron las librerías y se desarrollaron nuevas estrategias de distribución de los impresos. Se consolidaron las figuras del “librero-editor” y el “librero culto” dedicados a la publicación de obras de excelencia bibliográfica; como así también, cobraron auge las ediciones populares como “La Cultura Argentina”, fundada en 1914 por José Ingenieros y Severo Vaccaro, y la Biblioteca del diario “La Nación” — 1901-1920 — dirigida por Roberto J. Payró (Sabor Riera, 1974). En este ambiente de efervescencia de la cultura impresa, entre las casas editoriales de comienzos del siglo XX, también había las que se dedicaban a la edición y venta de libros de medicina, ya sean editoras específicas o comerciales que presentaban colecciones cuyo objetivo era representar a este campo del conocimiento. Según Abad de Santillán, además de El Ateneo, la Editorial Vázquez, Aniceto López, Alfa y Beta publicaron obras médicas (Abad de Santillán, 1956-1966, t.3, p. 131). No obstante, se ha podido comprobar la actividad de muchas otras de diferente procedencia y perfil editorial. Existían editoriales científicas y médicas cuya existencia se pone de manifiesto en los catálogos de las bibliotecas especializadas: “Las Ciencias” (publicó trabajos de Enrique Finochietto) y “La Ciencia Médi-ca”. También se ocuparon de la edición de esta clase de obras, casas editoriales comerciales como, por ejemplo, Aniceto López, A. Etchepareborda, Caporaletti, López & Etchegoyen, El Ateneo y EDIAR (ésta fue fundada en 1937 como "Compañía Argentina de Editores" y se enorgullecía entonces de tener como referentes en el área médica a los doctores Ricardo y Enrique Finochieto), etc. No se pueden dejar de mencionar en este rubro las editoriales académicas nacidas de instituciones de investigación, organismos universitarios nacionales o emprendimientos profesionales que, además de obras de médicos argentinos, editaron publicaciones periódicas especializadas, actas de congresos, etc.: Asociación Argentina de Cirugía, Hospital Rawson, Asociación Médica Argentina, La Prensa Médica Argentina, entre otras. La Prensa Médica Argentina, editora de la revista homónima, tiene un valor singular para esta reseña. Fue creada en 1914, siendo sus primeros responsables los doctores Luis Güemes, Gregorio Aráoz Alfaro y Daniel J. Cranwell. El interés particular de este comentario reside en que el Dr. Pedro Chutro fue su di-rector entre 1927 y 1934 (La Prensa Médica Argentina, 2013), conjuntamente con los doctores Mariano R. Castex y Carlos Bonorino Udaondo. Esta incursión en la actividad editorial de Chutro ha sido omitida en la mayoría de sus biografías. La edición de las “Lecciones de Clínica Quirúrgica” estuvo a cargo de uno de esos “libreros-editores” a los que se hiciera mención en párrafos superiores, el más importante de Sud América por aquellos tiempos al parecer de Domingo Buonocore (1944, p. 117): “El Ateneo” de Pedro García. Con motivo de cumplirse en octubre de 2012 el centenario de esta legendaria librería porteña, los medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos, se hicieron eco del evento con la publicación de sendas notas conmemorativas. Algunas de ellas señalaban un hecho peculiar: Pedro García, antes de arribar al país desde su España natal, se dedicaba a tareas paramédicas conocidas por aquella época como “higienismo” que se enfocaba en la salud pública y el bienestar de la población. Estos artículos correlacionan esta vocación primigenia con la posterior publicación de una colección especializada en obras médicas que descollaban en las páginas de sus numerosos catálogos (Buenos Aires SOS, 2012). El Ateneo publicó 35 catálogos por materias entre 1912 y 1944 (Buonocore, 1974, p. 133).Se puede considerar a este ejemplar reseñado como una fuente bibliográfica esencial para cualquier estudio de la historia de la edición y de la historia de la medicina en Argentina. Se trata de un libro de texto universitario según lo manifiesta el propio Chutro en el “Preámbulo” de su obra: “Las Lecciones de Clínica Quirúrgica, dedicadas a nuestros discípulos, cuya publicación iniciamos, contendrán: resúmenes de lecciones; observaciones escuetas de casos clínicos; iconografía radio-gráfica; relatos de anatomía patológica y trabajos suplementarios.” (Chutro, 1938, p. xi). Esta no es una simple indicación del contenido de la obra sino que expresa un concepto médico-filosófico del ideario de Chutro y otros colegas de la época, a saber: la afirmación del “espíritu de escuela”. Este principio preserva y prioriza la transmisión directa de las experiencias y de los conocimientos médicos entre las sucesivas generaciones. Esta visión de la disciplina científica podría presentarse lacónicamente como: “del maestro al discípulo y del discípulo al alumno”. Chutro, además, como exponente eximio del médico humanista, no se conforma con indicar en el prólogo el alcance de la obra sino que, además, aborda temas esenciales de la profesión médica. Refuta el principio de lo que él llama “la medicina de la contabilidad” que hace un uso abusivo de las estadísticas y rescata la individualidad del paciente como persona con sus propias cualidades psicosomáticas. También embate con argumentos serios y fundamentales contra otro de los fenómenos clínicos de su época que él mismo tipifica, con sabiduría de filósofo, como “medicina de cuadro sinóptico”, la de los diagnósticos basados absolutamente en las pruebas de laboratorio a la que contrapone la flexibilidad mental del médico comprometido con el dolor humano; rescatando la raíz de este milenario saber en el aforismo hipocrático latinizado “ars longa”. Para concluir sus palabras preliminares, Chutro remata su exposición con una serie de máximas ético-profesionales dedicadas a las futuras generaciones de facultativos. El cuarto precepto de este decálogo reza: “En el ejercicio de la medicina, las frases autoritarias y definitivas encuentran su desmentido, a cada paso.” (Chutro, 1938, p. xx). En su concepción profunda de la medicina, ésta trasciende a la doctrina. A pesar de ser un libro de estudio de educación superior destinado a pasar de mano en mano, las Lecciones de clínica quirúrgica, presenta una estructura editorial muy ordenada y equilibrada que tiene en cuenta tanto los aspectos rigurosos de una edición científica como los detalles estéticos y materiales de un libro ejemplar. Sus cuatro tomos con páginas de papel satina-do y su encuadernación firme y austera contienen con firmeza las enseñanzas magistrales de Chutro. El papel satinado era el indicado por los expertos para los libros de texto con grabados (Martínez de Souza, 1993). De hecho, la obra está profusamente ilustrada con dibujos, láminas, radiografías y fotografías. La seriedad de la edición se hace ostensible también en este punto, ya que, el editor advierte en el colofón de cada tomo que si bien las ilustraciones fueron creadas por el artista Campini9, se realizaron bajo la dirección y supervisión del Dr. Ernesto Cornejo Saravia (quien posteriormente presidiera la Academia Argentina de Cirugía en 1952). Hay que tener en cuenta que los dibujos y figuras representan maniobras de examen médico, técnicas e instrumental quirúrgicos, secciones de anatomía topográfica, etc., que no admiten imprecisiones. Al margen de las ilustraciones con fines práctico-pedagógicos que se encuentran a granel a lo largo de los cuatro tomos, existe una lámina de valor artístico inusual, que se ha incrementado con los años, y adiciona un toque de distinción estético a una obra de ciencia. En el contrafrente de la portada del tomo I, se ubica una reproducción de un retrato de Pedro Chutro, en una gama inagotable de grises, cubierto para su protección con una fina hoja de papel manila. Este cuadro lleva en el ángulo superior izquierdo un título seguido de una datación: “Leçon à la Salpe-triere”/Paris, 26 janvier 1921”. En el ángulo inferior izquierdo el artista dejó la impronta de su firma. Se trata, nada menos, que del ceramista, diseñador de muebles y pintor francés del art nouveau y del simbolismo Lucien Lévy-Dhurmer (1865-1953). Es precisamente con el retrato en pastel del poeta belga Georges Rodenbach que Levy-Dhurmer cobra notoriedad como uno de los más originales retratistas de la época. Según los críticos ingleses, sus obras estaban envueltas en “a Pre-Raphaelite haze of melancholy”. Esa misma bruma de melancolía que circunda la imagen de Chutro en su “Leçon à la Salpetriere” en la que se des-cubren sugerentes formas de órganos abdominales (es extraño descubrir el perfil de la porción cecal de un colon ascendente con su apéndice vermiforme como asomando de una nube). Tampoco, se puede pasar por alto un elemento de interés bibliológico: la estampa de la marca tipográ¬fica de “El Ateneo” en la cubierta de la obra. Las marcas o sellos tipográ¬ficos comenzaron a usarse para identifi¬car a los impresores, con una fuerte carga simbólica, a partir de la imprenta primitiva. La primera que se conoce es la de Fust y Schöffer aparecida en el Salterio de Maguncia en 1457. En la actualidad su uso es infrecuente, al menos en la generalidad de las ediciones, dando paso a simples fi¬rmas o monogramas. Una observación simple, carente del meticuloso análisis crítico de un especialista, devela, al menos, una extraña composición con una iconografía ecléctica y contrastante en la marca editorial referida: el centro de la composición está enfoca-do en la fachada de una especie de templo de arquitectura griega clásica (un frontispicio triangular con ornamentos escultóricos, apoyado en una columnata de orden dórico desde cuya base se extiende una importante escalinata), subiendo por esta última un anciano ayudado por su bastón y por un joven, ambos ataviados con túnicas griegas; debajo del frontis, inscripta en letras capitales romanas, resalta una locución latina que es el lema de la editorial: IGNORAMUS LABOREMUS. A través de las columnas, en el fondo del vestíbulo, se observa una biblioteca cuyos anaqueles albergan libros, cuando en realidad, teniendo en cuenta el contexto histórico de la composición, uno esperaría encontrar rollos de papiro. Todo este conjunto pictórico está rodeado por motivos vegetales, tales como un árbol, ramas, hojas y flores tachonadas por tres mariposas donde se percibe la indiscutible influencia de las orlas naturalistas de los manuscritos renacentistas. Todo se encuadra con tres marcos rectangulares, el último de trazo más grueso y de color dorado. En suma, un libro de texto universitario sobre medicina quirúrgica que contiene las lecciones magistrales de uno de los ciruja-nos señeros de la historia de la medicina argentina, en donde no faltan las reflexiones deontológicas, en una edición esmerada donde se pondera, además, la presentación y la estética de un buen libro.
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Monografías Monografías Biblioteca Histórica ALBANESE B1-PA8 (Navegar estantería(Abre debajo)) v.2 ej.1 Consulta condicionada Colección Albanese. 500019843
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Incluido en Huellas en papel Año 2 No 3 (2013) Reg. 56.

Resulta reiterativo, o acaso una obviedad, hablar de la per-sonalidad y de la trayectoria científica del Dr. Pedro Chutro (1880-1937) después de los innumerables documentos (Agüero, Kohn Loncarica, Sánchez & Trujillo, 2007) y obras de referen-cia6 que resaltan su vida y sus aportes a la medicina argentina e internacional en el campo de la cirugía. No obstante, como licencia propedéutica, se caerá en algunas redundancias inevitables a los fines de la presentación de esta reseña. Nacido en las inmediaciones de la ciudad de Chascomús, luego de realizar sus estudios primarios y secundarios, se trasladó a Buenos Aires para estudiar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde se titula en 1904. En los años siguientes, realiza estudios de perfeccionamiento en el exterior. Al regresar a la Argentina se incorpora a la docencia universitaria y se desempeña en hospitales de la Capital Federal (San Roque, hoy Ramos Mejía; Teodoro Álvarez y Durand). Se enlista e ingresa como voluntario en los servicios médicos franceses durante la Primera Guerra Mundial. Terminada ésta y condecorado por el gobierno francés regresa al país, donde es nombrado, en 1919, profesor titular de la Cátedra Clínica Quirúrgica en la Facultad de Medicina de la UBA. Fallece en 1937.
Recibió en vida numerosas distinciones, muchas de las cuales se enumeran en la portada de la obra que se presenta —“Lecciones de clínica quirúrgica”—: Profesor Honorario de la Facultad de Medicina de Madrid, Corresponsal extranjero de las academias de medicina de París, Madrid, México y La Habana, de la Asociación Francesa de Cirugía, de la Asociación Mi-litar de Cirugía de Estados Unidos y muchas otras prestigiosas instituciones internacionales, que sería muy extenso enumerar en este limitado espacio, reconocieron su mérito. Tal vez, el registro de estos galardones a continuación del nombre del autor en la portada, haya sido un homenaje del editor o una forma de perpetuar la memoria del Dr. Chutro quien había fallecido el año anterior a la aparición de su libro. El primer trabajo publicado que se le conoce es su tesis doctoral titulada “Fracturas de la extremidad inferior del húmero en los niños” aparecida en 1904. Además de estar registrada a nivel internacional por The Harvard Library Bibliographic Dataset, The OCLC Online Computer Library Center y The Library of Congress, el Archivo Histórico de la USAL cuenta con un pre-ciado ejemplar de la misma en su “Colección Finochietto” [Sig.: FINTTO 1580]. La tesis de 577 páginas con ilustraciones y láminas fue publicada por la prestigiosa Casa Peuser, fundada en 1867 por uno de los ilustres tipógrafos inmigrantes que recibió el país en la segunda mitad del siglo XIX y que fuera fundador de un emporio editorial: Jacobo Peuser7 (Cáceres Miranda, 2001).A propósito de lo antedicho, Buenos Aires experimenta en la primera mitad del siglo XX un florecimiento de la industria editorial y de las librerías que se fue forjando en las décadas postreras del siglo anterior y que, como en el caso mencionado de Peuser, recibieron el aporte invalorable de la inmigración, de hombres de diferentes regiones del mundo, en especial europeos, que marcaron con sus contribuciones la historia de las artes gráficas y el comercio del libro locales (Guillermo Kraft, Félix Lajouane, Ramón Espasa, los hermanos Palumbo y los García, entre muchos otros). En este período, no sólo se introdujeron adelantos tecnológicos como la linotipia y la fototipia, sino que proliferaron las librerías y se desarrollaron nuevas estrategias de distribución de los impresos. Se consolidaron las figuras del “librero-editor” y el “librero culto” dedicados a la publicación de obras de excelencia bibliográfica; como así también, cobraron auge las ediciones populares como “La Cultura Argentina”, fundada en 1914 por José Ingenieros y Severo Vaccaro, y la Biblioteca del diario “La Nación” — 1901-1920 — dirigida por Roberto J. Payró (Sabor Riera, 1974).
En este ambiente de efervescencia de la cultura impresa, entre las casas editoriales de comienzos del siglo XX, también había las que se dedicaban a la edición y venta de libros de medicina, ya sean editoras específicas o comerciales que presentaban colecciones cuyo objetivo era representar a este campo del conocimiento. Según Abad de Santillán, además de El Ateneo, la Editorial Vázquez, Aniceto López, Alfa y Beta publicaron obras médicas (Abad de Santillán, 1956-1966, t.3, p. 131). No obstante, se ha podido comprobar la actividad de muchas otras de diferente procedencia y perfil editorial. Existían editoriales científicas y médicas cuya existencia se pone de manifiesto en los catálogos de las bibliotecas especializadas: “Las Ciencias” (publicó trabajos de Enrique Finochietto) y “La Ciencia Médi-ca”. También se ocuparon de la edición de esta clase de obras, casas editoriales comerciales como, por ejemplo, Aniceto López, A. Etchepareborda, Caporaletti, López & Etchegoyen, El Ateneo y EDIAR (ésta fue fundada en 1937 como "Compañía Argentina de Editores" y se enorgullecía entonces de tener como referentes en el área médica a los doctores Ricardo y Enrique Finochieto), etc. No se pueden dejar de mencionar en este rubro las editoriales académicas nacidas de instituciones de investigación, organismos universitarios nacionales o emprendimientos profesionales que, además de obras de médicos argentinos, editaron publicaciones periódicas especializadas, actas de congresos, etc.: Asociación Argentina de Cirugía, Hospital Rawson, Asociación Médica Argentina, La Prensa Médica Argentina, entre otras. La Prensa Médica Argentina, editora de la revista homónima, tiene un valor singular para esta reseña. Fue creada en 1914, siendo sus primeros responsables los doctores Luis Güemes, Gregorio Aráoz Alfaro y Daniel J. Cranwell. El interés particular de este comentario reside en que el Dr. Pedro Chutro fue su di-rector entre 1927 y 1934 (La Prensa Médica Argentina, 2013), conjuntamente con los doctores Mariano R. Castex y Carlos Bonorino Udaondo. Esta incursión en la actividad editorial de Chutro ha sido omitida en la mayoría de sus biografías.
La edición de las “Lecciones de Clínica Quirúrgica” estuvo a cargo de uno de esos “libreros-editores” a los que se hiciera mención en párrafos superiores, el más importante de Sud América por aquellos tiempos al parecer de Domingo Buonocore (1944, p. 117): “El Ateneo” de Pedro García. Con motivo de cumplirse en octubre de 2012 el centenario de esta legendaria librería porteña, los medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos, se hicieron eco del evento con la publicación de sendas notas conmemorativas. Algunas de ellas señalaban un hecho peculiar: Pedro García, antes de arribar al país desde su España natal, se dedicaba a tareas paramédicas conocidas por aquella época como “higienismo” que se enfocaba en la salud pública y el bienestar de la población. Estos artículos correlacionan esta vocación primigenia con la posterior publicación de una colección especializada en obras médicas que descollaban en las páginas de sus numerosos catálogos (Buenos Aires SOS, 2012). El Ateneo publicó 35 catálogos por materias entre 1912 y 1944 (Buonocore, 1974, p. 133).Se puede considerar a este ejemplar reseñado como una fuente bibliográfica esencial para cualquier estudio de la historia de la edición y de la historia de la medicina en Argentina.
Se trata de un libro de texto universitario según lo manifiesta el propio Chutro en el “Preámbulo” de su obra: “Las Lecciones de Clínica Quirúrgica, dedicadas a nuestros discípulos, cuya publicación iniciamos, contendrán: resúmenes de lecciones; observaciones escuetas de casos clínicos; iconografía radio-gráfica; relatos de anatomía patológica y trabajos suplementarios.” (Chutro, 1938, p. xi). Esta no es una simple indicación del contenido de la obra sino que expresa un concepto médico-filosófico del ideario de Chutro y otros colegas de la época, a saber: la afirmación del “espíritu de escuela”. Este principio preserva y prioriza la transmisión directa de las experiencias y de los conocimientos médicos entre las sucesivas generaciones. Esta visión de la disciplina científica podría presentarse lacónicamente como: “del maestro al discípulo y del discípulo al alumno”. Chutro, además, como exponente eximio del médico humanista, no se conforma con indicar en el prólogo el alcance de la obra sino que, además, aborda temas esenciales de la profesión médica. Refuta el principio de lo que él llama “la medicina de la contabilidad” que hace un uso abusivo de las estadísticas y rescata la individualidad del paciente como persona con sus propias cualidades psicosomáticas. También embate con argumentos serios y fundamentales contra otro de los fenómenos clínicos de su época que él mismo tipifica, con sabiduría de filósofo, como “medicina de cuadro sinóptico”, la de los diagnósticos basados absolutamente en las pruebas de laboratorio a la que contrapone la flexibilidad mental del médico comprometido con el dolor humano; rescatando la raíz de este milenario saber en el aforismo hipocrático latinizado “ars longa”. Para concluir sus palabras preliminares, Chutro remata su exposición con una serie de máximas ético-profesionales dedicadas a las futuras generaciones de facultativos. El cuarto precepto de este decálogo reza: “En el ejercicio de la medicina, las frases autoritarias y definitivas encuentran su desmentido, a cada paso.” (Chutro, 1938, p. xx). En su concepción profunda de la medicina, ésta trasciende a la doctrina. A pesar de ser un libro de estudio de educación superior destinado a pasar de mano en mano, las Lecciones de clínica quirúrgica, presenta una estructura editorial muy ordenada y equilibrada que tiene en cuenta tanto los aspectos rigurosos de una edición científica como los detalles estéticos y materiales de un libro ejemplar. Sus cuatro tomos con páginas de papel satina-do y su encuadernación firme y austera contienen con firmeza las enseñanzas magistrales de Chutro. El papel satinado era el indicado por los expertos para los libros de texto con grabados (Martínez de Souza, 1993). De hecho, la obra está profusamente ilustrada con dibujos, láminas, radiografías y fotografías. La seriedad de la edición se hace ostensible también en este punto, ya que, el editor advierte en el colofón de cada tomo que si bien las ilustraciones fueron creadas por el artista Campini9, se realizaron bajo la dirección y supervisión del Dr. Ernesto Cornejo Saravia (quien posteriormente presidiera la Academia Argentina de Cirugía en 1952). Hay que tener en cuenta que los dibujos y figuras representan maniobras de examen médico, técnicas e instrumental quirúrgicos, secciones de anatomía topográfica, etc., que no admiten imprecisiones. Al margen de las ilustraciones con fines práctico-pedagógicos que se encuentran a granel a lo largo de los cuatro tomos, existe una lámina de valor artístico inusual, que se ha incrementado con los años, y adiciona un toque de distinción estético a una obra de ciencia. En el contrafrente de la portada del tomo I, se ubica una reproducción de un retrato de Pedro Chutro, en una gama inagotable de grises, cubierto para su protección con una fina hoja de papel manila. Este cuadro lleva en el ángulo superior izquierdo un título seguido de una datación: “Leçon à la Salpe-triere”/Paris, 26 janvier 1921”. En el ángulo inferior izquierdo el artista dejó la impronta de su firma. Se trata, nada menos, que del ceramista, diseñador de muebles y pintor francés del art nouveau y del simbolismo Lucien Lévy-Dhurmer (1865-1953). Es precisamente con el retrato en pastel del poeta belga Georges Rodenbach que Levy-Dhurmer cobra notoriedad como uno de los más originales retratistas de la época. Según los críticos ingleses, sus obras estaban envueltas en “a Pre-Raphaelite haze of melancholy”. Esa misma bruma de melancolía que circunda la imagen de Chutro en su “Leçon à la Salpetriere” en la que se des-cubren sugerentes formas de órganos abdominales (es extraño descubrir el perfil de la porción cecal de un colon ascendente con su apéndice vermiforme como asomando de una nube).
Tampoco, se puede pasar por alto un elemento de interés bibliológico: la estampa de la marca tipográ¬fica de “El Ateneo” en la cubierta de la obra. Las marcas o sellos tipográ¬ficos comenzaron a usarse para identifi¬car a los impresores, con una fuerte carga simbólica, a partir de la imprenta primitiva. La primera que se conoce es la de Fust y Schöffer aparecida en el Salterio de Maguncia en 1457. En la actualidad su uso es infrecuente, al menos en la generalidad de las ediciones, dando paso a simples fi¬rmas o monogramas. Una observación simple, carente del meticuloso análisis crítico de un especialista, devela, al menos, una extraña composición con una iconografía ecléctica y contrastante en la marca editorial referida: el centro de la composición está enfoca-do en la fachada de una especie de templo de arquitectura griega clásica (un frontispicio triangular con ornamentos escultóricos, apoyado en una columnata de orden dórico desde cuya base se extiende una importante escalinata), subiendo por esta última un anciano ayudado por su bastón y por un joven, ambos ataviados con túnicas griegas; debajo del frontis, inscripta en letras capitales romanas, resalta una locución latina que es el lema de la editorial: IGNORAMUS LABOREMUS. A través de las columnas, en el fondo del vestíbulo, se observa una biblioteca cuyos anaqueles albergan libros, cuando en realidad, teniendo en cuenta el contexto histórico de la composición, uno esperaría encontrar rollos de papiro. Todo este conjunto pictórico está rodeado por motivos vegetales, tales como un árbol, ramas, hojas y flores tachonadas por tres mariposas donde se percibe la indiscutible influencia de las orlas naturalistas de los manuscritos renacentistas. Todo se encuadra con tres marcos rectangulares, el último de trazo más grueso y de color dorado. En suma, un libro de texto universitario sobre medicina quirúrgica que contiene las lecciones magistrales de uno de los ciruja-nos señeros de la historia de la medicina argentina, en donde no faltan las reflexiones deontológicas, en una edición esmerada donde se pondera, además, la presentación y la estética de un buen libro.


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